Para algunos, un sacrilegio contra la buena música. Para otros, un ejemplo de alguien que cumplió sus sueños más allá de lo que pensaran los demás. Esta es la historia de Florence Foster Jenkins, una soprano de origen estadounidense famosa por su falta de talento para cantar.

Nació en 1868 en Wilkes- Barre, hija de un banquero que había hecho fortuna en Pensilvania. Jenkins sobresalió como una mujer excéntrica ya desde sus primeros años. Habiendo recibido clases de música en su infancia, pronto manifestó que deseaba viajar al exterior para perfeccionarse en sus estudios. Su padre se negó terminantemente a acceder, pero ello no sería un impedimento para que la joven cumpliera sus deseos: se fugó a Filadelfia con el médico Frank Thornton Jenkins, quien luego se casaría con ella.

En la ciudad de Filadelfia comenzó a trabajar como maestra de grado y pianista. Más tarde, la abundante herencia paterna impulsaría a Jenkins a comenzar una ansiada carrera musical. Tanto el padre como el esposo habían intentado repetidamente disuadirla de sus intentos. Sin embargo, ella era una mujer libre: se divorció en 1902 y en 1909 falleció su padre. Ya no debía obediencia a hombre alguno. Así, a comienzos de la segunda década de 1900 se introduce en la vida musical de Filadelfia y luego en la de la Nueva York. En la Gran Manzana funda The Verdi Club, un grupo de neoyorkinos que ayudaba a promover la carrera musical de los estadounidenses. A falta de talento, el dinero le consiguió apoyo y contactos para su carrera. En 1928 fallecería su madre, con lo que Jenkins se liberaría de la última atadura a sus aspiraciones.

En 1912 da su primer recital. Muchos de los espectáculos que organizaría serían a favor de sociedades de beneficencia, las que ella misma financiaba. Por otra parte, es imposible no asociar a la figura de Jenkins la imagen de Cosmé McMoon, el pianista que acompañó a la cantante prácticamente a lo largo de toda su carrera. Su paciencia es legendaria, ya que fue capaz de acomodarse en el piano a los errores en tiempo y afinación que cometía Jenkins. Las malas lenguas aseguran que, tras la muerte de Jenkins, McMoon intentó quedarse con su herencia alegando haber sido su amante.

El repertorio de la cantante incluía composiciones de Valverde, Strauss, Mozart, Brahms y Verdi. Hoy día, quien escucha sus grabaciones cae en cuenta del poco sentido del oído y del ritmo que tenía. Incluso, cuando debía cantar en una lengua extranjera Jenkins manifestaba frecuentes errores de pronunciación. Para colmo de males, su registro de voz era limitado y no podía sostener por mucho tiempo una nota. Una anécdota de 1943 nos da la nota del humor con que esta positiva mujer se tomaba la vida. El taxi en el que viajaba chocó violentamente, y gracias al impacto, pudo cantar la nota “fa” más alta. Así, en vez de demandar a la empresa de taxis, la cantante regaló al chofer una caja de costosos habanos.

Al parecer, Jenkins disfrutaba mucho de sus conciertos; solía vestir disfraces diseñados por ella misma –por ejemplo, un vestido y unas alitas a la manera de un ángel- y arrojar flores sobre el público mientras cantaba. Una de sus obras favoritas era “Clavelitos”, ocasión para la que vestía un mantón rojo y adornaba su cabello con una lujosa peineta, mientras sostenía una canasta con rosas y castañuelas. “Canción de risa” era la obra habitualmente utilizada para el cierre, momento en que el público prorrumpía en aplausos y bravos.

A pesar de que, según los expertos, sus representaciones eran un insulto al arte, la alta sociedad neoyorquina pagaba mucho dinero para poder escuchar a la cantante. Sin embargo, ella decidió limitar sus actuaciones públicas a un círculo selecto, formado por un grupo de señoras distinguidas y unos pocos favoritos. Incluso, Jenkins misma se encargaba de la distribución de las entradas. Su excentricidad también se manifestaba en el curioso método que tenía para seleccionar a su público. Se cuenta que hacía pasar a su suite de hotel a la gente que deseaba asistir a sus conciertos y los interrogaba: debían pasar una prueba, ya que sólo vendería tickets a los verdaderos amantes de la música. A quienes salieran airosos, la cantante permitía adquirir entradas a 2,5 dólares americanos, muchas de las cuales terminaban siendo revendidas hasta por 10 veces su valor original.

Aunque parezca increíble, algunas figuras eminentes de la música solían asistir a los conciertos de Jenkins, entre ellas, el tenor italiano Enrico Caruso, el más famoso en la historia de la ópera. A estas sesiones de corte íntimo, se añadía un recital anual en el auditorio del hotel Ritz, ubicado en la ciudad de Nueva York.  Sin embargo, este también era exclusivo, ya que el cupo era de 800 entradas que se conseguían con invitación especial. Las grandes colas de multitudes agolpadas a la puerta del teatro para conseguir una plaza, hizo necesaria más de una vez la presencia de la policía. Más tarde, a los 76 años de edad, la soprano accedió a actuar en un concierto masivo en el Carnegie Hall, el 25 de octubre de 1944. El espectáculo se anunció con mucho tiempo de anticipación, por lo que las entradas ya estaban agotadas varias semanas antes. Incluso, más de 2000 personas que querían asistir se quedaron sin tickets. De alguna manera, este fue su recital de despedida: la cantante fallecería un mes después, el 26 de noviembre.

Algunos llegaron a decir que sus 32 años de carrera fueron una burla planeada contra el público, una estrategia para hacer ventas mediante el ridículo. Sin embargo, es evidente que las críticas tuvieron un impresionante efecto de rebote. Aparentemente, la gente asistía a las representaciones por la diversión que le provocaba Jenkins más que para escucharla cantar. Lo que le faltaba en talento le sobraba en actitud: se colocaba a sí misma a la altura de Luisa Tetrazzini o Frieda Hempel, sopranos famosas en la época; además, justificaba las risas de la audiencia como rivalidades surgidas de la envidia profesional. Los ataques de los críticos lograron hacer mayor publicidad sobre su figura y, en vez de alejar al público del teatro, lo atrajeron mucho más.

Hoy su obra puede ser escuchada en 3 CDs, testigos de su paso por el mundo de la música: “The Glory of the Human Voice”, “Murder on the High” y “The Muse Surmonted: Florence Foster Jenkins and Eleven or Her Rivals”. Jenkins, en definitiva, más que una soprano famosa fue una mujer que se animó a realizar sus sueños. Cuentan que una vez respondió durante una entrevista: “Pueden decir que no sé cantar, pero nunca podrán decir que no canté”.

 

Se recomienda discreción en su escucha..

 

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