By agosto 24, 2012 0 Comments Read More →

El juicio al Papa Formoso

Un acusado en un juicio debe responder por sus cargos. ¿Y qué sucedería si aquel no pudiese dar testimonio…por estar muerto? Esta es la increíble historia del Sínodo de Formoso, mejor conocido como Concilio del Terror o Sínodo Cadáverico, un proceso que se llevó contra el papa Formoso I, o mejor dicho, contra sus restos mortales.


Se sabe que el personaje nació en Ostia, aunque se desconoce la fecha exacta. Fue el pontífice número 111 de la Iglesia Católica y ejerció su mandato desde 891 hasta su muerte en 896. El mismo año subió al trono Bonifacio VI, apoyado por Lamberto de Spoleto, hijo y sucesor al trono del emperador Guido. Este impulsó un proceso contra Formoso, quien, durante el periodo de su papado, no había beneficiado a los Spoleto en sus actuaciones políticas.
En 894, el papa se vio obligado a coronar como emperador a Lamberto. A pesar de haber otorgado el título, Formoso I comenzó a conspirar con el rey alemán Arnulfo para convencerlo de que avanzase sobre Roma y liberase Italia de la influencia ejercida por la familia Spoleto. Entonces, el gobernante germano tomó la ciudad por asalto en febrero de 896, destituyó a Lamberto y se hizo coronar emperador por Formoso en la Basílica de San Pedro. El 4 de abril de ese mismo año fallece el papa.

El proceso

Nueve meses después de su muerte, su sucesor –el papa Esteban VI- manda exhumar el cadáver para someterlo a un juicio. El concilio que se reunió para tal fin fue conocido como el Sínodo del Terror. La forma en que se preparó el proceso da escalofríos. El cuerpo fue adornado con los ornamentos papales y colocado en un trono para que escuchara las acusaciones en su contra. Debido al avanzado estado de putrefacción, el cadáver tuvo que ser atado con sogas al asiento; a su lado se había sentado un diácono que oficiaba de abogado.

Se lo acusó de haber dejado la diócesis de Porto para ocupar la de Roma como papa. Irónicamente, Esteban VI era obispo de Anagni cuando fue consagrado Papa, por lo que había cometido el mismo error del acusado. Más aún: había recibido el título de Sumo Pontífice del esqueleto que tenía delante. Tras el juicio, Formoso I fue declarado culpable y anulado como Papa, con lo que todos sus dictámenes resultaban, desde aquel momento, no válidos. En efecto, se le aplicó una pena muy antigua conocida como “Damnatio memoriae”, práctica que consistía en borrar cualquier prueba que constatara el paso por el mundo de una persona. Los datos, posesiones o acciones que proviniesen del afectado eran eliminados de las páginas de la historia, como si nunca hubieran existido.

A continuación se procedió al acto de destitución de Formoso I como Sumo Pontífice. Primero se le arrancaron los tres dedos de la mano con que impartía las bendiciones y luego se le despojó de sus vestiduras. Los restos fueron depositados en un sitio secreto, donde permanecieron hasta el pontificado de Teodoro II cuando fueron restituidos a la Basílica de San Pedro.
Años más tarde, el papa Juan IX convocó dos concilios –uno en Rávena y otro en Roma- de los que surgió la prohibición de realizar juicios a personas ya fallecidas. No obstante, en 904 el papa Sergio III, habiendo accedido al trono, anuló los concilios celebrados por los pontífices anteriores e inició un nuevo juicio al cadáver de Formoso, al que otra vez se lo declaró culpable. Sus restos fueron arrojados al río Tíber; sin embargo, estos quedaron atrapados en las redes de un pescador, que terminó escondiéndolo.

Finalmente, al concluir el papado de Sergio III los restos fueron devueltos al Vaticano. Un dato curioso es que, cuando el cadáver fue tirado al río, la Basílica de Letrán se desmoronó. El derrumbe del edificio, que por entonces hacía las veces de residencia papal, fue interpretado como una señal de enojo divino.

La Iglesia Católica ha extendido un manto de silencio sobre el nombre de Formoso. Se dice que en el año 1464, Pietro Barbo fue elegido Papa y, queriendo portar el apelativo de su antecesor –con lo cual se llamaría Formoso II- fue persuadido para que eligiese otro, por lo que optó por el de Pablo II. Más tarde, el pintor francés Jean-Paul Laurens inmortalizó el caso en un cuadro de 1870, que muestra el cuerpo exánime del acusado investido de los atributos papales mirando con las cuencas vacías de sus ojos al estrado presidido por Esteban VI.

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